domingo, 5 de junio de 2011

¡TENÍA QUE PASAR!

Son innumerables las ocasiones en las que hacemos juicios infundados sobre el prójimo. Guiados por las apariencias, por los prejuicios, por los estereotipos o por los intereses, hacemos valoraciones o descalificaciones completamente gratuitas, especialmente sobre aquellas personas a quienes no apreciamos.

A un alumno que es etiquetado como agresivo se le atribuye la autoría de una pelea, incluso en un día que, por enfermedad, no acude al Colegio. A un gitano se le cataloga de vago, sin conocerlo, aunque sea un trabajador infatigable. Algunos inmigrantes estarán bajo sospecha de ser delincuentes a través de una conexión causal arbitraria realizada insistentemente por algunos políticos torpes o malintencionados.

Este proceder no sólo atenta a la lógica sino a la ética. No existe rigor alguno en estas conclusiones, no se utiliza una argumentación consistente y racional para llegar a ellas. Sólo una gratuita precipitación presidida por la antipatía y el rechazo. Tampoco existe respeto a quien se hace objeto de una valoración negativa. El respeto al que toda persona es acreedora por su congénita dignidad.




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