“Los chicos de ahora no son como los de antes”, “esta juventud está perdida”, suele escucharse en la mesa de un bar, en alguna fila que hacemos a la vuelta de cualquier esquina. Ideas que se aferran, frases hechas entre algunos adultos cuando son testigos del paso, la palabra, o la estética de un grupo de adolescentes.
“Ya no tengo ninguna esperanza en el futuro de nuestro país si la juventud de hoy toma mañana el poder, porque esa juventud es insoportable, desenfrenada, simplemente horrible.” Esta confesión nos confirma que este tipo de ideas sobre los jóvenes no son recientes sino una construcción histórica. Su autor es Hesíodo y se remonta al 720 a. C, aunque podría pertenecer al oscuro e inquisidor repertorio de frases que forman parte de ciertas representaciones sobre los jóvenes en esta época. Violentos, desinteresados, vagos, imágenes que se desparraman por los medios de comunicación en cadena nacional. Hace muy poco veía un informe televisivo (GPS, en América TV) que mostraba algunos adolescentes fumando marihuana en la puerta de una escuela secundaria del barrio de flores. La hija de un amigo, alumna de esa escuela, me cuenta que se trató de una cámara oculta desde la casa de un vecino que, evidentemente, no los quiere mucho. Y agregó un elemento interesante: “En el año hacemos dos eventos culturales en que mostramos nuestras producciones artísticas y están rebuenos, nunca nadie vino a publicar eso”.
La hija de mi amigo me hizo pensar en la importancia que tienen los modos de mapear a los otros. De la misma manera en que un mapa de rutas nos da pistas sobre los caminos a seguir, y nos ayuda a viajar, los modos de mirar y representar a los adolescentes no solo los describen sino también orientan nuestras acciones frente a ellos. Mapeos que etiquetan y estigmatizan a los más jóvenes, que los congelan en imágenes temerarias y amenazantes abonando a la construcción social de diversos miedos. Los medios masivos de comunicación son dispositivos estratégicos en la construcción de mapeos en torno de los jóvenes, las escuelas, las violencias y nos confirman una potente idea que el destacado sociólogo Pierre Bourdieu anticipó hace algunos años: los medios muestran ocultando. Una cámara escondida para estigmatizar adolescentes de una escuela, con la complicidad de un vecino, que mapea solo peligro, me obliga a poner de manifiesto algo de mi condición pedagógica como docente, como adulto, tratando de pensar en la formación de nuestros jóvenes alumnos desde una posición de responsabilidad y no de culpabilización. Se trata de pibes que están atravesando un momento clave y frágil en su propia constitución como sujetos y nosotros, los adultos, podemos posicionarnos de muy diferentes maneras frente a ello. Las cámaras que los señalan como feos, sucios y malos en mapeos que abonan la construcción del otro como una amenaza permanente, cuando lo cierto es que estos jóvenes están en plena construcción, ensayan personajes, se equivocan, se apasionan, provocan, aunque esto resulte incómodo e incluso desconcertante para los adultos que estamos allí.
Hay quienes dicen que algunos alumnos hacen política, discurso que intenta desacreditarlos, paralizarlos, pero oculta por lo menos dos cuestiones clave. Si luchar por mejores condiciones educativas, por un mejor convivir, es algo político, entonces animemos las esperanzas de reponer y jerarquizar el lugar de la política, tan ninguneado por propios méritos de muchos políticos y amarga y pesada herencia de los ‘90.
El asunto quizá se convierta en un valioso desafío si en vez de mirarlos (espiarlos) desde una ventana sin ser vistos, podemos ofrecerles una mirada de frente, que se hace presente y se anima a posicionarse como adulto referente, a pesar de lo incierto del resultado de cada apuesta. El asunto es hacernos cargo y recoger el guante y animarnos a enseñarles, cuidarlos, y ponerles los puntos, con la certeza de que ellos casi siempre harán algo distinto con aquello que les damos, y esa diferencia es nuestro límite, y su fortaleza.
* GABRIEL BRENER (Investigador, capacitador de docentes y directivos, ex director de escuelas y coautor de Violencia escolar bajo sospecha, de Editorial Miño y Davila).
“Ya no tengo ninguna esperanza en el futuro de nuestro país si la juventud de hoy toma mañana el poder, porque esa juventud es insoportable, desenfrenada, simplemente horrible.” Esta confesión nos confirma que este tipo de ideas sobre los jóvenes no son recientes sino una construcción histórica. Su autor es Hesíodo y se remonta al 720 a. C, aunque podría pertenecer al oscuro e inquisidor repertorio de frases que forman parte de ciertas representaciones sobre los jóvenes en esta época. Violentos, desinteresados, vagos, imágenes que se desparraman por los medios de comunicación en cadena nacional. Hace muy poco veía un informe televisivo (GPS, en América TV) que mostraba algunos adolescentes fumando marihuana en la puerta de una escuela secundaria del barrio de flores. La hija de un amigo, alumna de esa escuela, me cuenta que se trató de una cámara oculta desde la casa de un vecino que, evidentemente, no los quiere mucho. Y agregó un elemento interesante: “En el año hacemos dos eventos culturales en que mostramos nuestras producciones artísticas y están rebuenos, nunca nadie vino a publicar eso”.
La hija de mi amigo me hizo pensar en la importancia que tienen los modos de mapear a los otros. De la misma manera en que un mapa de rutas nos da pistas sobre los caminos a seguir, y nos ayuda a viajar, los modos de mirar y representar a los adolescentes no solo los describen sino también orientan nuestras acciones frente a ellos. Mapeos que etiquetan y estigmatizan a los más jóvenes, que los congelan en imágenes temerarias y amenazantes abonando a la construcción social de diversos miedos. Los medios masivos de comunicación son dispositivos estratégicos en la construcción de mapeos en torno de los jóvenes, las escuelas, las violencias y nos confirman una potente idea que el destacado sociólogo Pierre Bourdieu anticipó hace algunos años: los medios muestran ocultando. Una cámara escondida para estigmatizar adolescentes de una escuela, con la complicidad de un vecino, que mapea solo peligro, me obliga a poner de manifiesto algo de mi condición pedagógica como docente, como adulto, tratando de pensar en la formación de nuestros jóvenes alumnos desde una posición de responsabilidad y no de culpabilización. Se trata de pibes que están atravesando un momento clave y frágil en su propia constitución como sujetos y nosotros, los adultos, podemos posicionarnos de muy diferentes maneras frente a ello. Las cámaras que los señalan como feos, sucios y malos en mapeos que abonan la construcción del otro como una amenaza permanente, cuando lo cierto es que estos jóvenes están en plena construcción, ensayan personajes, se equivocan, se apasionan, provocan, aunque esto resulte incómodo e incluso desconcertante para los adultos que estamos allí.
Hay quienes dicen que algunos alumnos hacen política, discurso que intenta desacreditarlos, paralizarlos, pero oculta por lo menos dos cuestiones clave. Si luchar por mejores condiciones educativas, por un mejor convivir, es algo político, entonces animemos las esperanzas de reponer y jerarquizar el lugar de la política, tan ninguneado por propios méritos de muchos políticos y amarga y pesada herencia de los ‘90.
El asunto quizá se convierta en un valioso desafío si en vez de mirarlos (espiarlos) desde una ventana sin ser vistos, podemos ofrecerles una mirada de frente, que se hace presente y se anima a posicionarse como adulto referente, a pesar de lo incierto del resultado de cada apuesta. El asunto es hacernos cargo y recoger el guante y animarnos a enseñarles, cuidarlos, y ponerles los puntos, con la certeza de que ellos casi siempre harán algo distinto con aquello que les damos, y esa diferencia es nuestro límite, y su fortaleza.
* GABRIEL BRENER (Investigador, capacitador de docentes y directivos, ex director de escuelas y coautor de Violencia escolar bajo sospecha, de Editorial Miño y Davila).
Fuente: sitio web de Página 12 - Viernes 17 de Septiembre de 2010
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