Jon Elster afirma que una idea pierde todo su vigor cuando ya nadie la critica. Éste no parece ser el caso de la cuestión escolar –tierra de promisorias disputas–, que sigue cosechando tanto halagos como críticas, investigaciones científicas, diatribas periodísticas, leyes, libros y, sobre todo, maestros, alumnos y especialistas. Quien arremete con actitud crítica, por lo general, toma como blanco privilegiado la dimensión espacial de lo escolar. Muchos se preguntan: ¿tiene sentido el formato escolar? ¿Tiene sentido que nuestros hijos estén ahí encerrados cinco o más horas por día durante doce años? No lo sé, y sé que no podemos saber demasiado al respecto. Sé también que la pregunta no es nueva y que problematizar el formato escolar deteniéndose en su dimensión espacial puede ayudarnos a vislumbrar destinos posibles.
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